El término Basílica significa “Casa del Rey”, y para que un templo llegue a tener dicha denominación se requiere que un Sumo Pontífice le conceda tal honor. En el mundo hay cuatro Basílicas mayores: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor; el resto de los templos que comparten el término se denominan Basílicas menores.
La Basílica de Santa María de Guadalupe en la Ciudad de México es precisamente una de ellas. Los vestigios de este lugar se remontan a la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego en 1531; desde ese momento este espacio ha experimentado una serie de modificaciones y sucesos que la ha convertido en lo que es: la “forma más encarnizada del nacionalismo”.
La primera ermita fue levantada por el propio Juan Diego, quien construyó una humilde casa donde consagró, hasta su muerte en 1548, a la Virgen de Guadalupe durante 17 años. Entre 1554 y 1564 el arzobispo de la ciudad de México, Alonso de Montúfar, decidió remodelar esa pequeña “sacristía” donde habitó Juan Diego para convertirla en un espacio más adecuado para la oración y el cultivo de la paz. Cabe destacar que el provincial de los franciscanos, Francisco de Bustamante, censuró a Montúfar ya que éste último alentaba el culto a la Virgen María mientras que el primero pretendía evitar la divinización e idolatría de la imagen.
De acuerdo con el libro del historiador y académico británico David Brading llamado La virgen de Guadalupe. Imagen y tradición, existieron un par de momentos que también fueron muy significativos. El primero en 1622 cuando el arzobispo Juan Pérez de la Serna consagró un nuevo santuario erigido con limosnas de los fieles. La nueva capilla contaba con setenta lámparas de plata que colgaban de un techo de madera labrado. El altar mayor tenía un retablo lleno de pinturas y esculturas mientras que el tabernáculo, de plata, había sido un obsequio del virrey Salvatierra. Este santuario fue conocido con el nombre de “Iglesia Artesonada” por la decoración que tenía.
El segundo se presenta entre 1695 y 1700 cuando el culto guadalupano había crecido enormemente; en ese momento el arzobispo Francisco Aguiar y Seijas decidió demoler el santuario erigido en el Tepeyac en 1622 para construir una nueva iglesia bajo la dirección del arquitecto Pedro de Arrieta. La nueva estructura presentaba un edificio majestuoso de tres naves que se culminó en 1709, y se erigió como la Basílica de Guadalupe hasta 1976.

Para finales del siglo XVIII un Cabildo es designado para adecuar y reestructurar el espacio, el cual hizo gala de una muestra exquisita del barroco mediante la decoración y los acabados que recibían a los peregrinos a su llegada. Dicha decoración no permaneció mucho tiempo ya que para principios del siglo XIX todo se remplazaría por elementos de arte neoclásico, de los cuales quedan pocas piezas en la actualidad y se encuentra bajo resguardo en el Museo de la Basílica.
De acuerdo con información de la propia historia de la basílica, se dice que diversos personajes célebres de la historia de México visitaron la Colegiata para presentarse frente a la Sagrada Imagen. Tal es el caso de Agustín de Iturbide en 1822 para instituir la Orden de Guadalupe y ofrecer su cetro de emperador de México. En los festejos Guadalupanos de 1853, Don Antonio López de Santa Anna, trajo consigo el estandarte de la Virgen de Guadalupe, utilizado durante la Guerra de Independencia, por Miguel Hidalgo; resguardándose durante algunos años. Fue él mismo, quien al interior de la Colegiata, firmaría el 2 febrero de 1848 el de Tratado de Guadalupe- Hidalgo, donde cedía parte del territorio mexicano a Estados Unidos.

Entre el aumento de la devoción y el hundimiento de la Ciudad de México, el santuario u comenzó a fracturarse desde la mitad de su cúpula central para 1972. Esto llevó al último Abad de la basílica, Guillermo Shulemburg Prado a plantear la posibilidad de crear una nueva basílica que tuviera la capacidad de recibir a las cada vez más grandes peregrinaciones. De esta manera se dio paso al más llamativo y espectacular Recinto Guadalupano: la Nueva Basílica de Guadalupe. Actualmente es el bellísimo hogar de la Santísima Virgen de Guadalupe, que a través de una arquitectura icónica planeada y proyectada en su mayoría por el arquitecto Pedro Ramírez Vásquez, podemos admirar el ayate bendito, dónde se encuentra plasmada la denominada Morenita Amada.
Desde la apertura del Templo el 12 de Octubre de 1976, en una ceremonia encabezada por el Arzobispo de México el Eminentísimo Señor Cardenal Darío Miranda, ha sido posible para todos los peregrinos del mundo, conocer a la Virgen de Guadalupe en un espacio reconfortante, que desde la lejanía nos recibe con una forma inusual en su diseño, reflejando una interpretación plástica de la historia del acontecimiento Guadalupano. Se observa una gran planta circular que da la posibilidad de apreciar a la Virgen desde múltiples puntos y a diferentes distancias, sin siquiera entrar al edificio; el techo por su parte se muestra con gran movimiento y tonalidad azul turquesa que simula el manto de María, como si fuese de menara casi poética, el cobijo de la Virgen a sus hijos peregrinos; rematado con una especie de tiara en la parte superior, símbolo de María como la Reina o Patrona Celestial de América.
La Basílica de Santa María de Guadalupe es un espacio lleno de historia y de historias, éstas últimas tienen como protagonistas a los miles de peregrinos que cada 12 de diciembre visitan su templo para rendirle homenaje pero sobre todo para mostrarle el enorme cariño que le tienen. A lo largo de tres siglos, el pueblo se postra ante Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe a la que se acude mediante la dinámica de los rezos. La historia nos dice que el sincretismo de Guadalupe-Tonantzin reivindica la epidermis morena de una nación.