viernes, 10 de marzo de 2017

Benito Juárez, entre el cielo y el infierno



En un artículo de Carlos Monsiváis publicado en mayo de 2001 en la revista Letras Libres, el cronista y escritor mexicano menciona que a “(Benito) Juárez ya nada le hace falta... Sólo le faltó una serigrafía de Andy Warhol”. Y es que el nombre y la imagen del Benemérito de las Américas está en avenidas, billetes, municipios, monedas, calles, puentes, murales y grabados, sin olvidar por supuesto que ha sido motivo de exposiciones, telenovelas, ballets y películas.

Se trata sin duda del personaje de mayor prestigio en nuestro país pero también uno de los más polémicos; tenemos desde quienes lo santifican hasta quienes lo consideran un traidor a la patria, ya daremos las razones que lo colocan en estos extremos. El inicio de la vida de Benito Juárez es recurrente y nosotros no dejaremos de mencionarlo: su nombre completo fue Benito Pablo Juárez García, nació en San Pablo Guelatao, Oaxaca, el 21 de marzo de 1806, y quedó huérfano a los tres años.

Santificando a Benito Juárez
Se trata de un indio zapoteca que llegó a la ciudad de Oaxaca a los 10 años sin hablar español y terminó siendo el personaje central que construyó el Estado-Nación tal y como lo conocemos hoy en día en México. Por paradójico que pueda sonar, la esencia de Benito Juárez empezó a forjarse como seminarista ya que es ahí donde descubre su inquietud por saber y descubrir más sobre los fundamentos del ser humano. Su dominio del latín lo llevó a conocer a Marcos Pérez Santiago que era catedrático y director del Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca y quien lo contrata para que imparta clases de la antigua lengua a una de sus hijas. Esta relación y vínculo con la familia Pérez Santiago fue lo que llevó a Juárez a renunciar al seminario e iniciar su carrera de Leyes. Ahí el indio zapoteca descubrió la reivindicación de las libertades individuales bajo un principio básico: “Igualdad ante la ley”.

La grandeza de Benito Juárez radica precisamente ahí: en la lógica de su credo político (el liberalismo) y en la congruencia al practicarlo. En palabras del historiador Alejandro Rosas, el Benemérito de las Américas “nunca cargó con el estigma del indio sometido, no fue autocomplaciente con sus raíces ancestrales, nunca pidió un trato especial para su raza... simple y sencillamente Juárez se concebía un ciudadano”. En ese orden de ideas, reconocía que la pobreza, la explotación, la sumisión no eran privativas de sus antepasados sino que representaban problemas que asolaban a toda la república.

Juárez ocupó el ministerio de Justicia durante la presidencia de Juan Álvarez, quien junto con Ignacio Comonfort habían combatido la dictadura de Santa Anna a través del Plan de Ayutla en 1854. En dicho documento se acusaba a Antonio López de Santa Anna de las violaciones sistemáticas a las garantías individuales. Para ese momento Benito Juárez y Melchor Ocampo vivían exiliados en Nueva Orleans y se ganaban la vida torciendo tabaco... de ahí la anécdota que se cuenta en relación con estos dos personajes: se dice que Melchor Ocampo le llegó a decir a Juárez “Indio que fuma puro, ladrón seguro”. Pero regresando a los acontecimientos del Plan de Ayutla para luego volver al Juárez ministro de Justicia, Santa Anna no pudo contra el movimiento y renunció a la presidencia para salir al exilio en agosto de 1855, y un mes después Álvarez fue nombrado presidente.

Fue en ese momento cuando Benito Juárez es nombrado ministro de Justicia, junto con otros ministros claves que dieron sentido al gobierno liberal, y se promulgan tres leyes que iban encaminadas a la separación Iglesia-Estado. La primera ley estableció precisamente la “Igualdad ante la ley”, la cual dio forma al decreto presidencial de suprimir el fuero eclesiástico y militar. ¿Y quién creen que redacto dicho decreto?; efectivamente Don Benito Juárez.

Dos años más tarde, 1857, Juárez llegó a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación no sin antes vivir un torbellino ante la postura de los conservadores que sacaron las armas y organizaron diversos levantamientos (Guanajuato, Puebla, Oaxaca y Jalisco) a consecuencia de las mencionadas leyes que golpearon de manera violeta al clero y evidentemente a los conservadores. En lo que se conoce como un autogolpe de Estado, Ignacio Comonfort intentó mediar con los conservadores al grado de armar un gabinete mixto; no sólo perdió la presidencia de la República sino que le complicó el camino a sus amigos liberales. Ante la violenta salida de Comonfort, la constitución política de 1857 marcaba que ante la ausencia del presidente quien debía asumir el poder era el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación... es así como el indio zapoteca que llegó a la ciudad de Oaxaca a los 10 años sin hablar español, se convirtió en presidente de la nación.

El diablo andaba suelto y dio inicio a lo que se conoce como la “gran década nacional”. A partir de enero de 1858 Juárez se concentra en el documento que es, sin duda, un parteaguas en la historia de México: las Leyes de Reforma. Dicha legislación tenía como fin último acabar con el poder político de la iglesia. El gobierno liberal responsabilizaba a la iglesia de la guerra y evidentemente la señalaba como el patrocinador del ejercito conservador. Es por eso que Juárez decidió pegar en la columna vertebral, es decir, en quitarle a la iglesia los recursos que servían de apoyo. La primera promulgación fue la Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos donde el gobierno expropió todas las propiedades de la iglesia y pasaron al dominio de la nación. Pero eso era sólo era el principio, ya que con la Ley Orgánica del Registro Civil el Estado mexicano controlaría todos los acontecimientos de vida de los mexicanos: nacimiento, adopción, matrimonio y muerte, los cuales anteriormente estaban en manos de la iglesia. Con las Leyes de Reforma se instauró en nuestro país un Estado laico, en donde las instituciones religiosas ya no tuvieron injerencia en la vida política. Habían concluido más de 300 años en los que la iglesia y el gobierno fueron prácticamente uno mismo.

La victoria de los liberales no representó la retirada completa de los conservadores. Para la elección presidencial que abarcaba el periodo de 1861-1865, Juárez fue ratificado como Presidente Constitucional, lo que llevó al general Leonardo Márquez (Tigre de Tacubaya) a condenar a muerte a todos aquellos que reconociera o colaboraran en el gobernó juarista. En junio de 1961 las amenazas cobraron sus primeras víctimas con tres de los mejores hombre del gobierno: Melchor Ocampo, Santos Degollado y Leandro Valle; la sangre corría y la economía estaba en un polvorín. La situación del país era insostenible, así que Juárez y su gabinete tomaron una decisión que se convertirían en otros seis años de guerra: la suspensión del pago de la deuda a Inglaterra, España y Francia por dos años; dichas naciones se molestaron con la medida y dio inicio a otro momento de hostilidad.

Los tratados de la Soledad pusieron fin al conflicto de pagos pero Francia, incitada por varios miembros del partido Conservador, encontró el pretexto perfecto para intervenir en México y establecer una Monarquía. De esta manera daba inicio la Guerra de Intervención, la cual provocó que Juárez tuviera que dejar la Ciudad de México y trasladar los poderes de la nación a San Luis Potosí. Con el peregrinar del gobierno, muchos hombres tomaron las armas para luchar por lo que el propio Juárez llamó la segunda independencia de México. Porfirio Díaz, Mariano Escobedo, Ramón Corona, Nicolás Romero, José María Arteaga y Carlos Salazar son algunos de esos hombres que estuvieron dispuestos a sucumbir en defensa de la República. Así se presentó el escenario hasta 1867 cuando el gobierno liberal triunfa y Maximiliano es ejecutado en Santiago de Querétaro el 19 de junio.

No hay duda que existen elementos, de sobra, para santificar la imagen y accionar de Benito Juárez.

Traidor a la patria
Básicamente es un hecho lo que lleva a Benito Juárez a este terreno. Sus enemigos acérrimos lo señalan por haber querido “vender” a México mediante el tratado McLane-Ocampo, el cual permitiría el tránsito a los Estados Unidos, a perpetuidad, por el istmo de Tehuantepec. Veracruz, Tabasco y Oaxaca eran territorios muy importantes para los estadounidenses en sus pretensiones de construir una ruta comercial entre el océano Pacífico y el Atlántico. De acuerdo con ciertas voces, Juárez puso en riesgo la soberanía nacional con la finalidad de financiar la guerra de Reforma, ya que dicho tratado implicaba un pago de cuatro millones de dólares por parte de Estados Unidos al gobierno juarista.

Al final del día a Juárez le salió muy bien esta acción porque los estadounidense le brindaron apoyo militar y recursos económicos para derrotar a los conservadores, y el acuerdo nunca se consumó a consecuencia de la guerra de secesión por la que pasaron los estadounidenses. Juárez salió bien librado de manera fortuita, de lo contario hubiéramos tenido un canal de Tehuantepec en lugar del canal de Panamá. Es por ello que el historiador José Fuentes Mares llegó a decir que Dios era juarista, en relación con la enorme fortuna que tuvo con el tratado McLane-Ocampo.

Desmitificando a Juárez
El sistema político que surge después de la Revolución Mexicana empieza a construir una serie de íconos e imágenes idílicas que serían el sustento de lo que posteriormente sería el partido oficial, es decir, el PRI. El Benemérito de las Américas fue envuelto en una sería de relatos y acontecimientos que lo llevaron al terreno de lo mítico, lo cual alteró las verdaderas cualidades de Juárez. Aquí algunos mitos que heredemos del siglo XX alrededor de la imagen de Benito Juárez:

1. Si bien su desarrollo personal y profesional es motivo de admiración, la sobreexplotación que se dio de su condición precaria no fue sólo excesiva sino imprecisa. Hay que señalar que Victoriano Huerta también fue un indio muy pobre quien nació en la ranchería de Agua Gorda en el municipio de Colotlán, Jalisco. También es importante recordar que el propio Juárez nunca utilizó su condición indígena para alcanzar sus objetivos.

2. La idea de que Juárez era un antirreligioso. En realidad era un hombre católico, al grado que siempre procuró que sus hijas contrajeran matrimonio bajo la ley de Dios. Las medidas que toma Juárez alrededor de la iglesia no son producto de un hereje sino de un político consciente del daño provocado por la iglesia al Estado.

3. Una de las imágenes recurrentes de la niñez del Benemérito de las Américas, y avalada por la historia oficial, es la de Benito Juárez sentado sobre una piedra junto a la laguna del Encanto, en San Pablo Guelatao, tocando una flauta de carrizo. No hay ningún indicio histórico, ni siquiera en los “Apuntes para mis hijos” que escribió el propio Juárez, donde se haga mención de que tocaba la flauta.

4. La historia oficial menciona que durante su infancia dejó su pueblo, San Pablo Guelatao, temeroso de que su tío lo reprendiera por haber perdido uno de los borregos que cuidaba. De acuerdo con el libro que el propio Juárez escribe, “Apuntes para mis hijos”, la razón por al que dejó su pueblo fue la pobreza en que vivía y las nulas posibilidades de salir de esta situación.

5. Juárez no fue precisamente un hombre que practicara la democracia. Extendió la ley a su conveniencia y se perpetuó a la silla presidencial por 14 años hasta su muerte, la cual ocurrió el 18 de julio de 1872.

6. Se dice que Juárez siempre estuvo a favor de la educación de los indígenas pero nunca impulsó leyes a favor de ellos. Por el contrario, las Leyes de Reforma afectaron considerablemente a los pueblos indígenas ya que el objetivo era vender a particulares las propiedades que pertenecían a la iglesia para que produjeran dinero. Juárez no fue un luchador social, sino un liberal.

Benito Juárez... historia para recordar
Lo que es innegable es la aportación de Juárez a la formación del Estado Mexicano. Esa labor y la forma en que lo logró debe ser motivo de orgullo. Aquí te dejamos una serie de libros que abordan la historia del Benemérito de las Américas para que descubras que su imagen en más que una simple recurrencia en avenidas, calles o monedas.

• Apuntes para mis hijos, Benito Juárez

• Juárez y su México, Ralph Roeder

• México ante Dios, Francisco Martín Moreno

• La lejanía del tesoro, Paco Ignacio Taibo II

• El rostro de piedra, Eduardo Antonio Parra