viernes, 10 de marzo de 2017

Benito Juárez, entre el cielo y el infierno



En un artículo de Carlos Monsiváis publicado en mayo de 2001 en la revista Letras Libres, el cronista y escritor mexicano menciona que a “(Benito) Juárez ya nada le hace falta... Sólo le faltó una serigrafía de Andy Warhol”. Y es que el nombre y la imagen del Benemérito de las Américas está en avenidas, billetes, municipios, monedas, calles, puentes, murales y grabados, sin olvidar por supuesto que ha sido motivo de exposiciones, telenovelas, ballets y películas.

Se trata sin duda del personaje de mayor prestigio en nuestro país pero también uno de los más polémicos; tenemos desde quienes lo santifican hasta quienes lo consideran un traidor a la patria, ya daremos las razones que lo colocan en estos extremos. El inicio de la vida de Benito Juárez es recurrente y nosotros no dejaremos de mencionarlo: su nombre completo fue Benito Pablo Juárez García, nació en San Pablo Guelatao, Oaxaca, el 21 de marzo de 1806, y quedó huérfano a los tres años.

Santificando a Benito Juárez
Se trata de un indio zapoteca que llegó a la ciudad de Oaxaca a los 10 años sin hablar español y terminó siendo el personaje central que construyó el Estado-Nación tal y como lo conocemos hoy en día en México. Por paradójico que pueda sonar, la esencia de Benito Juárez empezó a forjarse como seminarista ya que es ahí donde descubre su inquietud por saber y descubrir más sobre los fundamentos del ser humano. Su dominio del latín lo llevó a conocer a Marcos Pérez Santiago que era catedrático y director del Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca y quien lo contrata para que imparta clases de la antigua lengua a una de sus hijas. Esta relación y vínculo con la familia Pérez Santiago fue lo que llevó a Juárez a renunciar al seminario e iniciar su carrera de Leyes. Ahí el indio zapoteca descubrió la reivindicación de las libertades individuales bajo un principio básico: “Igualdad ante la ley”.

La grandeza de Benito Juárez radica precisamente ahí: en la lógica de su credo político (el liberalismo) y en la congruencia al practicarlo. En palabras del historiador Alejandro Rosas, el Benemérito de las Américas “nunca cargó con el estigma del indio sometido, no fue autocomplaciente con sus raíces ancestrales, nunca pidió un trato especial para su raza... simple y sencillamente Juárez se concebía un ciudadano”. En ese orden de ideas, reconocía que la pobreza, la explotación, la sumisión no eran privativas de sus antepasados sino que representaban problemas que asolaban a toda la república.

Juárez ocupó el ministerio de Justicia durante la presidencia de Juan Álvarez, quien junto con Ignacio Comonfort habían combatido la dictadura de Santa Anna a través del Plan de Ayutla en 1854. En dicho documento se acusaba a Antonio López de Santa Anna de las violaciones sistemáticas a las garantías individuales. Para ese momento Benito Juárez y Melchor Ocampo vivían exiliados en Nueva Orleans y se ganaban la vida torciendo tabaco... de ahí la anécdota que se cuenta en relación con estos dos personajes: se dice que Melchor Ocampo le llegó a decir a Juárez “Indio que fuma puro, ladrón seguro”. Pero regresando a los acontecimientos del Plan de Ayutla para luego volver al Juárez ministro de Justicia, Santa Anna no pudo contra el movimiento y renunció a la presidencia para salir al exilio en agosto de 1855, y un mes después Álvarez fue nombrado presidente.

Fue en ese momento cuando Benito Juárez es nombrado ministro de Justicia, junto con otros ministros claves que dieron sentido al gobierno liberal, y se promulgan tres leyes que iban encaminadas a la separación Iglesia-Estado. La primera ley estableció precisamente la “Igualdad ante la ley”, la cual dio forma al decreto presidencial de suprimir el fuero eclesiástico y militar. ¿Y quién creen que redacto dicho decreto?; efectivamente Don Benito Juárez.

Dos años más tarde, 1857, Juárez llegó a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación no sin antes vivir un torbellino ante la postura de los conservadores que sacaron las armas y organizaron diversos levantamientos (Guanajuato, Puebla, Oaxaca y Jalisco) a consecuencia de las mencionadas leyes que golpearon de manera violeta al clero y evidentemente a los conservadores. En lo que se conoce como un autogolpe de Estado, Ignacio Comonfort intentó mediar con los conservadores al grado de armar un gabinete mixto; no sólo perdió la presidencia de la República sino que le complicó el camino a sus amigos liberales. Ante la violenta salida de Comonfort, la constitución política de 1857 marcaba que ante la ausencia del presidente quien debía asumir el poder era el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación... es así como el indio zapoteca que llegó a la ciudad de Oaxaca a los 10 años sin hablar español, se convirtió en presidente de la nación.

El diablo andaba suelto y dio inicio a lo que se conoce como la “gran década nacional”. A partir de enero de 1858 Juárez se concentra en el documento que es, sin duda, un parteaguas en la historia de México: las Leyes de Reforma. Dicha legislación tenía como fin último acabar con el poder político de la iglesia. El gobierno liberal responsabilizaba a la iglesia de la guerra y evidentemente la señalaba como el patrocinador del ejercito conservador. Es por eso que Juárez decidió pegar en la columna vertebral, es decir, en quitarle a la iglesia los recursos que servían de apoyo. La primera promulgación fue la Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos donde el gobierno expropió todas las propiedades de la iglesia y pasaron al dominio de la nación. Pero eso era sólo era el principio, ya que con la Ley Orgánica del Registro Civil el Estado mexicano controlaría todos los acontecimientos de vida de los mexicanos: nacimiento, adopción, matrimonio y muerte, los cuales anteriormente estaban en manos de la iglesia. Con las Leyes de Reforma se instauró en nuestro país un Estado laico, en donde las instituciones religiosas ya no tuvieron injerencia en la vida política. Habían concluido más de 300 años en los que la iglesia y el gobierno fueron prácticamente uno mismo.

La victoria de los liberales no representó la retirada completa de los conservadores. Para la elección presidencial que abarcaba el periodo de 1861-1865, Juárez fue ratificado como Presidente Constitucional, lo que llevó al general Leonardo Márquez (Tigre de Tacubaya) a condenar a muerte a todos aquellos que reconociera o colaboraran en el gobernó juarista. En junio de 1961 las amenazas cobraron sus primeras víctimas con tres de los mejores hombre del gobierno: Melchor Ocampo, Santos Degollado y Leandro Valle; la sangre corría y la economía estaba en un polvorín. La situación del país era insostenible, así que Juárez y su gabinete tomaron una decisión que se convertirían en otros seis años de guerra: la suspensión del pago de la deuda a Inglaterra, España y Francia por dos años; dichas naciones se molestaron con la medida y dio inicio a otro momento de hostilidad.

Los tratados de la Soledad pusieron fin al conflicto de pagos pero Francia, incitada por varios miembros del partido Conservador, encontró el pretexto perfecto para intervenir en México y establecer una Monarquía. De esta manera daba inicio la Guerra de Intervención, la cual provocó que Juárez tuviera que dejar la Ciudad de México y trasladar los poderes de la nación a San Luis Potosí. Con el peregrinar del gobierno, muchos hombres tomaron las armas para luchar por lo que el propio Juárez llamó la segunda independencia de México. Porfirio Díaz, Mariano Escobedo, Ramón Corona, Nicolás Romero, José María Arteaga y Carlos Salazar son algunos de esos hombres que estuvieron dispuestos a sucumbir en defensa de la República. Así se presentó el escenario hasta 1867 cuando el gobierno liberal triunfa y Maximiliano es ejecutado en Santiago de Querétaro el 19 de junio.

No hay duda que existen elementos, de sobra, para santificar la imagen y accionar de Benito Juárez.

Traidor a la patria
Básicamente es un hecho lo que lleva a Benito Juárez a este terreno. Sus enemigos acérrimos lo señalan por haber querido “vender” a México mediante el tratado McLane-Ocampo, el cual permitiría el tránsito a los Estados Unidos, a perpetuidad, por el istmo de Tehuantepec. Veracruz, Tabasco y Oaxaca eran territorios muy importantes para los estadounidenses en sus pretensiones de construir una ruta comercial entre el océano Pacífico y el Atlántico. De acuerdo con ciertas voces, Juárez puso en riesgo la soberanía nacional con la finalidad de financiar la guerra de Reforma, ya que dicho tratado implicaba un pago de cuatro millones de dólares por parte de Estados Unidos al gobierno juarista.

Al final del día a Juárez le salió muy bien esta acción porque los estadounidense le brindaron apoyo militar y recursos económicos para derrotar a los conservadores, y el acuerdo nunca se consumó a consecuencia de la guerra de secesión por la que pasaron los estadounidenses. Juárez salió bien librado de manera fortuita, de lo contario hubiéramos tenido un canal de Tehuantepec en lugar del canal de Panamá. Es por ello que el historiador José Fuentes Mares llegó a decir que Dios era juarista, en relación con la enorme fortuna que tuvo con el tratado McLane-Ocampo.

Desmitificando a Juárez
El sistema político que surge después de la Revolución Mexicana empieza a construir una serie de íconos e imágenes idílicas que serían el sustento de lo que posteriormente sería el partido oficial, es decir, el PRI. El Benemérito de las Américas fue envuelto en una sería de relatos y acontecimientos que lo llevaron al terreno de lo mítico, lo cual alteró las verdaderas cualidades de Juárez. Aquí algunos mitos que heredemos del siglo XX alrededor de la imagen de Benito Juárez:

1. Si bien su desarrollo personal y profesional es motivo de admiración, la sobreexplotación que se dio de su condición precaria no fue sólo excesiva sino imprecisa. Hay que señalar que Victoriano Huerta también fue un indio muy pobre quien nació en la ranchería de Agua Gorda en el municipio de Colotlán, Jalisco. También es importante recordar que el propio Juárez nunca utilizó su condición indígena para alcanzar sus objetivos.

2. La idea de que Juárez era un antirreligioso. En realidad era un hombre católico, al grado que siempre procuró que sus hijas contrajeran matrimonio bajo la ley de Dios. Las medidas que toma Juárez alrededor de la iglesia no son producto de un hereje sino de un político consciente del daño provocado por la iglesia al Estado.

3. Una de las imágenes recurrentes de la niñez del Benemérito de las Américas, y avalada por la historia oficial, es la de Benito Juárez sentado sobre una piedra junto a la laguna del Encanto, en San Pablo Guelatao, tocando una flauta de carrizo. No hay ningún indicio histórico, ni siquiera en los “Apuntes para mis hijos” que escribió el propio Juárez, donde se haga mención de que tocaba la flauta.

4. La historia oficial menciona que durante su infancia dejó su pueblo, San Pablo Guelatao, temeroso de que su tío lo reprendiera por haber perdido uno de los borregos que cuidaba. De acuerdo con el libro que el propio Juárez escribe, “Apuntes para mis hijos”, la razón por al que dejó su pueblo fue la pobreza en que vivía y las nulas posibilidades de salir de esta situación.

5. Juárez no fue precisamente un hombre que practicara la democracia. Extendió la ley a su conveniencia y se perpetuó a la silla presidencial por 14 años hasta su muerte, la cual ocurrió el 18 de julio de 1872.

6. Se dice que Juárez siempre estuvo a favor de la educación de los indígenas pero nunca impulsó leyes a favor de ellos. Por el contrario, las Leyes de Reforma afectaron considerablemente a los pueblos indígenas ya que el objetivo era vender a particulares las propiedades que pertenecían a la iglesia para que produjeran dinero. Juárez no fue un luchador social, sino un liberal.

Benito Juárez... historia para recordar
Lo que es innegable es la aportación de Juárez a la formación del Estado Mexicano. Esa labor y la forma en que lo logró debe ser motivo de orgullo. Aquí te dejamos una serie de libros que abordan la historia del Benemérito de las Américas para que descubras que su imagen en más que una simple recurrencia en avenidas, calles o monedas.

• Apuntes para mis hijos, Benito Juárez

• Juárez y su México, Ralph Roeder

• México ante Dios, Francisco Martín Moreno

• La lejanía del tesoro, Paco Ignacio Taibo II

• El rostro de piedra, Eduardo Antonio Parra

domingo, 11 de diciembre de 2016

La historia detrás de la Basílica de Guadalupe


El término Basílica significa “Casa del Rey”, y para que un templo llegue a tener dicha denominación se requiere que un Sumo Pontífice le conceda tal honor. En el mundo hay cuatro Basílicas mayores: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor; el resto de los templos que comparten el término se denominan Basílicas menores.

La Basílica de Santa María de Guadalupe en la Ciudad de México es precisamente una de ellas. Los vestigios de este lugar se remontan a la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego en 1531; desde ese momento este espacio ha experimentado una serie de modificaciones y sucesos que la ha convertido en lo que es: la “forma más encarnizada del nacionalismo”.


La primera ermita fue levantada por el propio Juan Diego, quien construyó una humilde casa donde consagró, hasta su muerte en 1548, a la Virgen de Guadalupe durante 17 años. Entre 1554 y 1564 el arzobispo de la ciudad de México, Alonso de Montúfar, decidió remodelar esa pequeña “sacristía” donde habitó Juan Diego para convertirla en un espacio más adecuado para la oración y el cultivo de la paz. Cabe destacar que el provincial de los franciscanos, Francisco de Bustamante, censuró a Montúfar ya que éste último alentaba el culto a la Virgen María mientras que el primero pretendía evitar la divinización e idolatría de la imagen.

De acuerdo con el libro del historiador y académico británico David Brading llamado La virgen de Guadalupe. Imagen y tradición, existieron un par de momentos que también fueron muy significativos. El primero en 1622 cuando el arzobispo Juan Pérez de la Serna consagró un nuevo santuario erigido con limosnas de los fieles. La nueva capilla contaba con setenta lámparas de plata que colgaban de un techo de madera labrado. El altar mayor tenía un retablo lleno de pinturas y esculturas mientras que el tabernáculo, de plata, había sido un obsequio del virrey Salvatierra. Este santuario fue conocido con el nombre de “Iglesia Artesonada” por la decoración que tenía.

El segundo se presenta entre 1695 y 1700 cuando el culto guadalupano había crecido enormemente; en ese momento el arzobispo Francisco Aguiar y Seijas decidió demoler el santuario erigido en el Tepeyac en 1622 para construir una nueva iglesia bajo la dirección del arquitecto Pedro de Arrieta. La nueva estructura presentaba un edificio majestuoso de tres naves que se culminó en 1709, y se erigió como la Basílica de Guadalupe hasta 1976.

Evidentemente en ese amplio lapso de tiempo sucedieron una serie de acontecimientos que fueron dándole el lugar emblemático que tiene en nuestros días. El 30 de abril de 1709 se trasladó la portentosa imagen de Santa María de Guadalupe, y cuarenta años más tarde, el Papa Benedicto XIV eleva el Santuario al rango de Colegiata debido al prestigio adquirido por la presencia de María. Para 1754, el mismo Papa confirma a la Virgen del Tepeyac como patrona de lo que posteriormente se convertiría en México, y la dota de una fiesta y misa propia cada 12 de diciembre.

Para finales del siglo XVIII un Cabildo es designado para adecuar y reestructurar el espacio, el cual hizo gala de una muestra exquisita del barroco mediante la decoración y los acabados que recibían a los peregrinos a su llegada. Dicha decoración no permaneció mucho tiempo ya que para principios del siglo XIX todo se remplazaría por elementos de arte neoclásico, de los cuales quedan pocas piezas en la actualidad y se encuentra bajo resguardo en el Museo de la Basílica.

De acuerdo con información de la propia historia de la basílica, se dice que diversos personajes célebres de la historia de México visitaron la Colegiata para presentarse frente a la Sagrada Imagen. Tal es el caso de Agustín de Iturbide en 1822 para instituir la Orden de Guadalupe y ofrecer su cetro de emperador de México. En los festejos Guadalupanos de 1853, Don Antonio López de Santa Anna, trajo consigo el estandarte de la Virgen de Guadalupe, utilizado durante la Guerra de Independencia, por Miguel Hidalgo; resguardándose durante algunos años. Fue él mismo, quien al interior de la Colegiata, firmaría el 2 febrero de 1848 el de Tratado de Guadalupe- Hidalgo, donde cedía parte del territorio mexicano a Estados Unidos.

En 1895 se da otro gran acontecimiento: con la asistencia de diversos obispos se realiza en la Ciudad de México la coronación de la Virgen de Guadalupe como Reina y Madre del país. Después de todos los honores, el Papa Pío X decide que la Colegiata subiría de jerarquía a Basílica Menor, por lo que fue necesario llevar a cabo una serie de arreglos para tal nombramiento. Este espacio fue conocido como Basílica y evidentemente como el hogar de la Virgen de Guadalupe durante 267 años hasta 1976.

Entre el aumento de la devoción y el hundimiento de la Ciudad de México, el santuario u comenzó a fracturarse desde la mitad de su cúpula central para 1972. Esto llevó al último Abad de la basílica, Guillermo Shulemburg Prado a plantear la posibilidad de crear una nueva basílica que tuviera la capacidad de recibir a las cada vez más grandes peregrinaciones. De esta manera se dio paso al más llamativo y espectacular Recinto Guadalupano: la Nueva Basílica de Guadalupe. Actualmente es el bellísimo hogar de la Santísima Virgen de Guadalupe, que a través de una arquitectura icónica planeada y proyectada en su mayoría por el arquitecto Pedro Ramírez Vásquez, podemos admirar el ayate bendito, dónde se encuentra plasmada la denominada Morenita Amada.

Desde la apertura del Templo el 12 de Octubre de 1976, en una ceremonia encabezada por el Arzobispo de México el Eminentísimo Señor Cardenal Darío Miranda, ha sido posible para todos los peregrinos del mundo, conocer a la Virgen de Guadalupe en un espacio reconfortante, que desde la lejanía nos recibe con una forma inusual en su diseño, reflejando una interpretación plástica de la historia del acontecimiento Guadalupano. Se observa una gran planta circular que da la posibilidad de apreciar a la Virgen desde múltiples puntos y a diferentes distancias, sin siquiera entrar al edificio; el techo por su parte se muestra con gran movimiento y tonalidad azul turquesa que simula el manto de María, como si fuese de menara casi poética, el cobijo de la Virgen a sus hijos peregrinos; rematado con una especie de tiara en la parte superior, símbolo de María como la Reina o Patrona Celestial de América.


La Basílica de Santa María de Guadalupe es un espacio lleno de historia y de historias, éstas últimas tienen como protagonistas a los miles de peregrinos que cada 12 de diciembre visitan su templo para rendirle homenaje pero sobre todo para mostrarle el enorme cariño que le tienen. A lo largo de tres siglos, el pueblo se postra ante Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe a la que se acude mediante la dinámica de los rezos. La historia nos dice que el sincretismo de Guadalupe-Tonantzin reivindica la epidermis morena de una nación.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Monumento a la Revolución


Las paradojas de la historia de México nos dicen que la estructura que hoy conocemos como el Monumento a la Revolución nació de la “desorbitada y estrambótica megalomanía positivista” de Porfirio Díaz, es decir, del hombre que fue derrocado precisamente por ese movimiento político y social que, según algunos expertos, representó la primera rebelión popular del siglo XX, es decir, la Revolución Mexicana.

Cuatro años antes del inicio de dicho movimiento, el presidente Díaz había decidido que México requería de un palacio legislativo inmenso, eso significaba 14 mil metros cuadrados donde se unirían en línea recta el Palacio Nacional y la Plaza de la República. El proyecto se sometió a concurso internacional, el cual fue comisionado finalmente al arquitecto francés Émile Bénard para levantar la flamante construcción al puro estilo neoclásico de la estética europea... ese fue el inicio de lo que hoy conocemos como el Monumento a la Revolución.


El levantamiento revolucionario sólo le permitió al eminente arquitecto colocar la estructura de acero de la bóveda central que descansaba sobre 17 pilotes de cimientos, por lo que la obra queda suspendida y la estructura abandonada durante dos décadas. Al iniciar los años 20 del siglo pasado la palabra “Revolución” adquirió un sentido profético; el movimiento había traído claridad constitucional a ciertos problemas del pasado: la relación obrero-patronal, la propiedad de la tierra y la educación gratuita, entre otras cosas.

Por esas mismas fechas se consolida, a través de una coalición encabezada por Plutarco Elías Calles, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), el cual se posicionaría como el partido oficial. Este contexto de valoración revolucionaria es aprovechado por el arquitecto mexicano Carlos Obregón Santacilia, quien en 1933 propuso construir un monumento que reflejara la grandeza y fortaleza del movimiento libertario de 1910. La sólida construcción tardó cinco años en concluirse, pero finalmente el 20 de noviembre de 1938 el espacio que concibió el General Porfirio Díaz como palacio legislativo se cristalizaba en el escenario que celebraba precisamente la caída del dictador y el vigésimo octavo aniversario de la “heroica gesta” de 1910.

Cabe destacar que el proyecto de Carlos Obregón Santacilia fue coronado por cuatro grupos escultóricos, obra de Oliverio Martínez, que representan la Independencia, las Leyes de Reforma, las Leyes Agrarias y las Leyes Obreras.


Ya un par de años antes de ser concluida la estructura, es decir, en 1936 se había habilitado como mausoleo donde empezaron a descansar figuras emblemáticas de la Revolución como Venustiano Carranza, Francisco I. Madero, Plutarco Elías Calles y Pancho Villa. El general y estadista mexicano y quien además fuera presidente de México entre 1934 y 1940, Lázaro Cárdenas, yace en ese espacio desde su muerte en 1970. En este sentido vale la pena rescatar el comentario del historiador Alejandro Rosas quien asegura que “Lo que no pudo lograr el “interés nacional” o el amor a la patria durante la etapa armada de la revolución, lo consiguió el sistema político mexicano con buena dosis de historia oficial: reunir a los principales jefes –Madero, Carranza, Obregón, Calles y Cárdenas- en un mismo espacio, sin posibilidad alguna de nuevas confrontaciones. Y como los muertos no tienen derecho de réplica, los caudillos debieron conformarse con su triste destino: dormir el sueño eterno junto a sus viejos enemigos.”

Desde su consolidación como Monumento a la Revolución se consideró también que fuera un mirador público, el cual permaneció abierto tres décadas. El poeta y editor Juan Manuel Gómez refiere que “Había un elevador vertical... y uno extrañísimo técnicamente, que recorría el interior, de manera curva, de la bóveda principal de cobre, para llegar al mirador superior conocido como la Linternilla. A este último se accedía mediante unas escaleras “presidenciales” y era utilizado exclusivamente para personalidades distinguidas.”


A partir de 1970, el acceso al elevador quedó obstaculizado definitivamente, y por lo tanto el mirador desierto. Para 1986, se inaugura el Museo Nacional de la Revolución, el cual se encuentra en el sótano del monumento. Este espacio muestra la historia de México, y además tiene como exposición Permanente "Sesenta y tres años en la historia de México 1857-1920"; que abarca desde la promulgación de la Constitución de 1857 hasta la Presidencia de Venustiano Carranza, enfocándose en el periodo revolucionario. Para la conmemoración del bicentenario de la Independencia de México, en 2010, se integró un nuevo acceso que permite visitar los cimientos originales de 1906.

Así que si quieres conocer no sólo la historia de este monumento, sino parte de la historia de México post Independiente y pre revolucionaria, no dejes de visitar e indagar más alrededor de este mágico lugar.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Kiosco Morisco


Morisco se define como aquella persona u objeto que es descendientes de los musulmanes, y que tras la Reconquista continuaron con su presencia en la península ibérica. En este orden de ideas podemos encontrar la arquitectura mora o arquitectura musulmana que se desarrolló en el norte de África y en las regiones españolas, la cual se caracteriza por sus arcos, columnas, vistosas cúpulas, así como una decoración detallada que daban sentido a sus mezquitas y palacios.

En la emblemática colonia de Santa María la Ribera se aprecia una estructura de 44 columnas metálicas exteriores y ocho interiores con una herrería que encuentra su clímax en una cúpula de cristal con una majestuosa águila. Todo ello de forma a una plataforma octagonal a la cual se puede ingresar por una escalinata que vigila a tres arcos frontales. Su nombre Kiosco Morisco.



La historia de esta estructura se remonta al siglo XIX; durante esa época las ferias universales eran eventos muy importantes para todas las naciones, ya que cada país exponía tanto sus adelantos tecnológicos como sus riquezas. Para la Feria de Nueva Orleans en 1884 el gobierno mexicano decide participar por primera vez en esta clase de eventos con un monumento que permitiera llevar más allá de nuestras fronteras el lema que Porfirio Díaz había adoptado durante su largo mandato: “Orden y Progreso”.

Es el propio presidente Díaz quien le encarga a uno de los ingenieros más destacados de la época, José Ramón Ibarrola, la construcción del Kiosco Moricos, el cual, en un principio estuvo concebido como un pabellón. Se dice que las buenas relaciones de Ibarrola con Andrew Carnegie, dueño de la primera acerera en Pittsburgh, fue la punta de lanza para que esta estructura se fabricara precisamente en acero; de hecho fue en esta ciudad estadounidense donde cobró vida lo que hoy conocemos como Kiosco Morisco.

Fue tal el éxito de la participación mexicana que la estructura fue llevado a Chicago para seguir participando en esta clase de eventos, pero fue hasta 1904 cuando se presenta a la feria de San Luis Missouri. Al concluir esta participación, el pabellón regresó a México para ser instalado en el costado sur de la Alameda Central, en donde sirvió como sede la los sorteos de la Lotería Nacional.


Durante las fiestas del centenario de la lucha de Independencia, el presidente Porfirio Díaz mandó a erigir en ese mismo lugar el Hemiciclo a Juárez. Para ese momento el barrio de Santa María la Ribera se había consolidado como un espacio elegante y fino, es por ello que sus colonos solicitaron que el kiosco fuera llevado a su colonia. El 26 de septiembre de 1910 es reinaugurado ahí con una ceremonia oficial que contempló un baile público.

Así que si no conoces esta emblemática estructura que adorna la Ciudad de México, ya tienes un buen pretexto para este fin de semana.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

¿De dónde viene la celebración del día de muertos en México?


"El culto al la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte acaba por negar a la vida.” Octavio Paz en Todos Santos Día de Muertos (El laberinto de la soledad).

El tema de la muerte en México es un asunto muy explorado, y, a pesar de ello, aún representa un universo vasto por descubrir y sobre todo cautivador.

El fenómeno del Día de Muertos es tan variado que puede tener una forma particular dependiendo de la comunidad rural que se aborde en el país. Lo que sí comparten son las creencias de dos vertientes culturales que coincidieron en la Conquista: por un lado, la celebración mexica de la muerte y el Día de Todos los Santos europeo. Estas fiestas colisionaron y posteriormente se fundieron para dar origen a la grandilocuencia y al fervor que genera el Día de Muertos.

Otra generalidad, sin importar la región del país, es el hecho de que en el lapso de esta celebración se suspenden casi todas las actividades cotidianas. Los hogares y los cementerios se llenan de olores, colores y representaciones muy significativas donde los muertos cobran vida en las tradiciones y añoranzas de los vivos.

Para las comunidades indígenas, a diferencia de las tradiciones europeas argumentan algunos conocedores del tema, el Día de Muertos representa la unión de dos culturas que se entrelazaron hasta confundirse y producir esa exquisita diversidad cultural que hoy en día forma parte del patrimonio intangible de México.

De esta manera la tradición católica y la tradición precolombina se tejen con otros hilos que pertenecen a la pluralidad étnica y cultural de cada una de las regiones de México, es decir, como lo dijera José Vasconcelos “con el crisol de todas las razas tanto cultural como étnicamente”.

Amuzgos, atzincas, coras, cuicatecos, chatinos, choles, huicholes, jacaltecos, mixes, pames, purépechas, tlapanecos y tzotziles son sólo algunos ejemplos que podríamos tomar a la hora de intentar ilustrar las festividades indígenas alrededor del Día de Muertos.

Es imposible dar cuenta de los cientos… quizá miles de rituales de Día de Muertos que se llevan a cabo en México. Pudimos abordar, en esta pieza, quizá un par de celebraciones. Por ejemplo la que se realiza en Michoacán donde los pueblos purépechas que rodean el lago de Pátzcuaro y la isla de Janitzio realizan el ritual de velación, o la realizada por las comunidades tarahumaras donde la resurrección de sus muertos es a través de danzas. Pero en lugar de ello, decidimos abordar lo que algunos arqueólogos llaman “el gran mito sobre el Día de Muertos en México”: ¿las celebraciones indígenas alrededor del día de muertos son precisamente tradiciones de nuestros pueblos antiguos? ¿Es verdad eso de que los mexicanos nos burlamos de la muerte, que jugamos con ella y que hasta nos la comemos en dulces de azúcar… en México hasta la muerte es dulce? ¿Cuál es el origen “verdadero” del Día de Muertos en el México moderno?

Las versiones de los del más acá sobre los del más allá

Elsa Malvido, profesora e investigadora adscrita a la Dirección de Estudios Históricos de la Coordinación Nacional de Antropología del INAH, afirma que los intelectuales de mediados del siglo XX rescataron y recrearon algunas costumbres populares coloniales, católicas y/o romanas paganas, y les asignaron un nuevo sentido, entre ellas a las fiestas de Todos los Santos y Fieles Difuntos, otorgándoles un sentido prehispánico y nacional, difícil de probar pero fácil de creer.

Sin lugar a dudas, uno de esos intelectuales fue Octavio Paz quien afirmó que “También para el mexicano moderno la muerte carece de significación”. Ciertos arqueólogos consideran que la idea de que los mexicanos nos reímos de la muerte tuvo su origen con el gobierno de Lázaro Cárdenas, y no porque él promoviera de manera específica esa característica, sino porque a finales de la década de los treinta del siglo pasado, tras un fuerte repunte económico con la nacionalización de nuestros yacimientos petrolíferos, la vida intelectual de México también logró un impacto internacional gracias a la promoción del gobierno cardenista de lo mexicano, al cual se le identificó con el grupo prehispánico más desarrollado a la llegada de los conquistadores, es decir, con los mexicas. A partir de ese momento, al pueblo mesoamericano se les atribuyeron ceremonias que fueron ignoradas durante los 300 años de colonización, un siglo de independencia y diez años más de revolución.  

El contexto: desde los antecedentes católicos e indígenas 

La cultura occidental y su concepto de muerte 

Si bien es cierto que el temor a la muerte ha sido un tema universal, pocas culturas milenarias dejaron escritos alrededor del tema. Es por ello que a los egipcios y los tibetanos se le reconoce por sus celebraciones a la muerte, ya que ellos sí dejaron testimonios los cuales se han podido conservar hasta nuestros días, y, que además, influyeron en prácticamente todas las religiones… incluida la católica.

En México, antes de la llegada de los españoles, cada grupo nativo tuvo sus calendarios festivos dedicados a celebrar la vida y la muerte; en su mayoría fueron sociedades campesinas, recolectoras y cazadoras, donde el clima, la geografía, y los astros les impusieron sus actividades y creencias. Con la Conquista, los diferentes grupos involucraron en sus panteones, por convicción o imposición, costumbres y deidades de la cultura dominante. Si los primeros no dejaron memoria de su acontecer, mucho menos lo hicieron una vez conquistados. Es aquí donde lo original, lo que sobrevivió y lo que se mezcló resulta difícil de traducir e interpretar.

La mayoría de los etnólogos, antropólogos y arqueólogos del país, apoyan la idea cardenista del origen prehispánico de las celebraciones alrededor del Día de los Muertos. Se acepta la posibilidad del sincretismo con los ritos católicos pero han posicionado el 1 y 2 de noviembre dentro del calendario ritual mexica.

Otros especialistas, como la mencionada Elsa Malvido, Carlos Navarrete (no el político perredista), Eduardo Matos y Leonardo López, consideran que dichas ceremonias son españolas, coloniales, cristianas y en algunos casos romanas paganas, las cuales fueron difundidas por frailes a los indios y mestizos. Aquí los argumentos de tal afirmación:

El calendario católico se rige por la vida y muerte de Jesucristo; a dicho calendario lo acompañan los nombre de los mártires que vivieron y murieron siguiendo su ejemplo, es decir, los santos a quienes se les asignó un día específico para recordar su sacrificio.

Cientos de mártires murieron en el anonimato durante la Edad Media, y particularmente en la persecución de Diocleciano, sin tener presencia en el santoral, es por ello que los papas y abades comenzaron a reconocerlos a partir de una celebración en su horna pero sin establecer fecha fija.

Ante tal situación la iglesia católica entre 609-610 por mandato del Papa Bonifacio IV consagró el panteón de Roma a todos los mártires y les otorgó una fecha para su veneración. El Papa Gregorio III, en el siglo IX, consagró una capilla de la basílica de san Pedro a todos los mártires disponiendo el día 1 de noviembre para su culto. Su sucesor, Gregorio IV, extendió esta festividad por toda la iglesia.

La celebración de todos los santos tal como la conocemos, fue instituida por el Papa Urbano IV en el siglo XIII. Desde entonces los católicos dedican el Día de todos los santos a aquellos santos cuyas fiestas no se celebraron y a los que no tienen un día para ser venerados.

¿En qué consistía dicha celebración? De acuerdo con Elsa Malvido, las iglesias y conventos exhibían sus reliquias y tesoros para que los creyentes les ofrendaran oraciones, las cuales servían para perdonar los pecados del orante y así evitar la entrada al infierno eterno. Posteriormente, en regiones como León, Aragón y Castilla, la conmemoración consistía en preparar dulces y panes con las imágenes de las reliquias, es decir, con los huesos de santos: cuerpos completos, rostros, diferentes extremidades. (¿les suena familiar?); de hecho, en Italia también se tiene registro de una pasta almendrada con la forma de los huesos de los santos.

Los católicos solían colocar en sus casas “la Mesa del Santo” que consistía en poner estos dulces y panes, ya benditos, acompañados con imágenes religiosas y velas. No resulta complicado pensar que estas Mesas del Santo se convirtieron posteriormente en los altares de muertos que conocemos actualmente.

La celebración de Todos los Santos llegó a la Nueva España con la Conquista, y los dulces que aludían a las piezas antes mencionadas recibieron el nombre árabe de alfeñiques que eran hechos por las monjas de Santa Clara y San Lorenzo para la gente más adinerada, mientras que los pobres compraban los dulces hechos por los indígenas, los cuales era elaborados en moldes de barro con azúcar derretida.

El día de los fieles difuntos 

Después de la pandemia más devastadora que ha registrado la humanidad llamada la peste negra durante el siglo XIV en Europa, el 2 de noviembre se dedicó a los Fieles Difuntos con la finalidad de orar por los católicos que terminaron con su vida terrenal. La celebración tuvo mayor repercusión con el crecimiento de la geografía del inframundo católico, es decir, con la concepción del Purgatorio. De esta manera todos aquellos fieles que sufrieran la perdida de un ser querido, podían acudir a la iglesia para ofrecer plegarias a favor del rápido perdón de su difunto, y así evitar que vagara sin encontrar lugar de reposo.

De esta manera, el 2 de noviembre representa el momento en que las almas de los parientes muertos regresan a las casas a convivir con sus familiares vivos.

Las fiestas mexicas de la muerte

Pero ahora, ¿de dónde surge la idea de que el 1 de noviembre es para honrar a las almas de los más pequeños mientras que la del día siguiente es para los adultos muertos? La manera de celebrar a los difuntos en el México prehispánico no era una, sino varias, a lo largo de los 18 meses del año azteca, casi siempre colaterales de otras festividades. Entre ese grupo de festividades destacaban principalmente dos: Tlaxochimaco o Miccailhuitontli que significa fiesta pequeña de los muertos o fiesta de los muertos pequeños, y Xócotl Uetzi, es decir, fiesta grande de los muertos. Dichas celebraciones se realizaban en el noveno y décimo mes del calendario azteca, es por ello que quizás, de acuerdo con ciertos especialistas, los días de celebración de los difuntos se establecieron el primero y dos de noviembre.

En la concepción mesoamericana, la existencia del ser después de la muerte no dependía de la manera en que se había vivido, como en la religión cristiana, sino de las circunstancias en que se había muerto, y ésta estaba predestinada en el calendario mágico desde su nacimiento. Durante la fiesta de Tepeilhuitl se honraba a los que habían muerto en agua, o aquellos que a los que eran enterrados y no incinerados. En el mes Quecholli se celebraban a los muertos en la guerra, mientras que en el mes Izcalli se celebraba al dios del fuego Xiuhtecuhtli quien, según algunas visiones encontradas, puede representar el inicio o el final del año. En esta ceremonia se ofrecían cinco tamales y se considera que aquí se honraba a difuntos muy especiales.

Para concluir

Lo que resalta de manera clara en la celebración del día de muertos es la convivencia de dos sistemas ideológicos que, en un primer momento, pudieran considerarse irreconciliables: por una lado el europeo-hispánico y por el otro el nahua-prehispánico. El sincretismo no es sólo una forma de aculturación, es también una amalgama de sistemas simbólicos que dan paso a un nuevo sistema de códigos.

La mezcla y fusión de esas dos ideas provocan una realidad difícil de interpretar, ya que lo “original”, lo combinado, lo adaptado pertenecen a un espacio donde las raíces son complicadas de distinguir. A lo anterior habría que sumarle las voces intelectuales que le dieron una concepción prehispánica a las celebraciones de Todos los Santos y Fieles Difuntos. En ese sentido, quizá ideas tan arraigadas, como la de que nos burlamos y hasta nos comemos a la muerte, no sean precisamente muy mexicanas sino producto de una recreación sincrética donde se combinan mentalidades, tradiciones y saberes.

miércoles, 19 de octubre de 2016

OFRENDA DE MUERTOS


El diccionario de la Real Academia Española define el verbo “ofrendar” como “Ofrecer dones y sacrificios a los seres sobrenaturales por un beneficio recibido o solicitado o en señal de rendimiento y adoración”; o bien como “Entregar algo en obsequio o beneficio de personas, acciones, ideas, etc., por un impulso de amor, acatamiento o solidaridad.

Las tradicionales ofrendas de Día de Muertos además de ser un derroche de creatividad son todo eso: un acto de amor, un ritual divino y sobrenatural, un acto de compartir determinados goces de la vida con los parientes y amigos difuntos. Que queda claro, la ofrenda no se brinda como una dádiva sino como un sentimiento fiel hacia los que en cuerpo ya no están con nosotros.

Así como el mar tiene a la arena, las ofrendas no puede entenderse si su elemento característico: la flor de cempasúchil. Este brote de planta que presta su estética y su particular color amarillo para darle camino a los difuntos, en náhuatl significa la flor de veinte pétalos (cempoalxóchitl). Los elementos que complementan e integran en su totalidad a la ofrenda son alimentos, velas, bebidas alcohólicas e imágenes religiosas, lo cual lo convierte en un acto no sólo solemne sino de alta pleitesía que tiene por finalidad recibir y atender a las ánimas que en noviembre acuden a su hogar terrenal para disfrutar de las cosas de los vivos.


Los niveles de las ofrenda

La cosmovisión de las ofrendas de muertos está representada de acuerdo con los niveles o pisos que tenga ésta. Los objetos y la colocación pueden variar de la cultura o idiosincrasia de la región, pero lo que todas comparten es el grado simbólico y de representación.
  • Altares de dos niveles: Representan la división entre el cielo y la tierra. Los elementos que se colocan en cada nivel representan ambos mundos: frutos para la tierra, agua para el cielo, por ejemplo.
  • Altares de tres niveles: Además del cielo y la tierra, en éstas se representa también el inframundo. Aquí, de acuerdo con los especialistas, hay dos lecturas: 1) el inferior es la tierra y los posteriores significan el purgatorio y el reino de los cielos; 2) según la tradición católica representan la Santísima Trinidad, es decir, la idea de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se encuentran en un solo Dios.
  • Altares de siete niveles: Son los más complejos pero también convencional. Representan el viaje de las almas para poder llegar al descanso o paz espiritual. Según algunos pueblos indígenas son los siete escalones que representan los siete pecados capitales.
En general, los objetos que comparten las ofrendas, independientemente de los niveles que la integren, son los siguientes:
  • Cruz de cal en el piso: Representa los cuatro puntos cardinales.
  • Objetos personales del difunto: Se puede tratar de fotografías, ropa o artículos que el difundo ocupaba.
  • Camino con flores de cempasúchil: Sirve para guiar el camino de las almas hacia la ofrenda.
  • Velas y veladoras: Símbolo de amor y de ascensión del espíritu.
  • Sahumerio con incienso o goma de copal: El paso de la vida a la muerte, así como alejar los malos espíritus.
  • Papel picado: Unión entre la vida y la muerte.
  • Pan de muerto: Significa la generosidad del anfitrión y el regalo de la tierra.
  • Agua: Representa el cielo. Sirve para mitigar la sed durante el viaje, y fortalecer el regreso.
  • Banquete: Comida, cigarros, alcohol, dulces. Todo aquello de lo que disfrutaba el difunto en el mundo material.
  • Plato con sal: Purificación para que el alma no se corrompa.
  • Calaveritas: Representan a los difuntos de la familia.
La tradición en la huasteca hidalguense

El montar una ofrenda requiere tiempo, esfuerzo y por supuesto relevancia. Digamos que en términos generales, los dolientes tienen dos vías para mostrar sus habilidades y, por qué no decirlo, posibilidades de ofrendar: el altar doméstico y en el cementerio. En ambos casos la ofrenda puede estar basada en un asunto de “Participación”, es decir, tomando como referencia la relación entre el deudo y el fallecido: personal, familiar o social; o especializada, lo cual significa que tiene correspondencia con un motivo: hijos menores, extranjeros, estudiantes, testadores, etc.

En diversas comunidades indígenas del país, la tradición ritual del día de muertos y sus ofrendas casi no se ha modificado. Tal es el caso de la huasteca hidalguense donde el inicio lo marca el día de San Juan (24 de junio) cuando los campesinos salen al campo para regar la semilla de flor de cempasúchil. Por esas mismas fechas, las familias compran guajolote, cerdos y gallinas que pondrán a engordar para después ser el guiso en tamales, caldos y moles que serán compartidos para vivos y muertos. Es común ver a las mujeres bordar las servilletas y manteles que cubrirán la mesa o repisa que servirá de espacio para la ofrenda.

Pocos días antes del xantolo (palabra introducida al náhuatl por la deformación de la frase latina festiumominum sanctorum, que quiere decir fiesta de Todos Santos), las familias se reúnen para la molienda del chocolate que beberán durante la celebración. Para el Domingo Grande, es decir, para el último domingo de octubre las familias inician con uno de uno de los elementos básicos de la ofrenda: el arco. Éste se confecciona con hojas frescas de limonaria y flor de cempasúchil, en donde la parte superior alude al ciclo del sol como dador de luz y vida. En el centro se coloca alguna imagen religiosa (Santa Cruz, Virgen de Guadalupe), a la cual se le pide por el descanso eterno de los difuntos quienes tienen presencia a través de fotografías que se colocan a un costado.

Un segundo elemento característico es la mesa. Aquí se colocan los objetos denominados de recepción, es decir, para darle la bienvenida a las ánimas. Bebidas, tamales, dulces, cigarros, calaveras de azúcar y, por supuesto, el pan de muerto. El piso es otro protagonista, ya que al pie de la mesa se coloca un trozo de bambú donde se fijan las velas que brindarán la luz y la guía para los difuntos. Junto a las velas se coloca incienso el cual debe arder en todo momento ya que el aroma también tiene funciones de guía. En ocasiones se tiran semillas que significan la dualidad, es decir, la fuerza vital eterna y el ciclo de la luna, la oscuridad y la muerte.

Todo lo anterior convierte un pequeño espacio en un embriagante conjunto de aromas… bien se dice que el aroma es a los espíritus lo que el gusto es para los vivos.